"El día que decretaron la cuarentena por el COVID-19 estaba de guardia en una estación de bomberos de Caracas. No diré exactamente dónde por miedo a que me quiten mi trabajo. Soy funcionario público, perteneciente a la brigada de paramédicos, adscrita a los Bomberos de Caracas. No tengo una cuenta exacta de cuántas personas con coronavirus atendí, pero sí cuántos días tengo trabajando: 486 días, para ser exactos. Es una guardia perpetua que comenzó el viernes 13 de marzo de 2020."
Manuel* fue el nombre que se escogió para retratar su historia como bombero en la pandemia de COVID-19. Durante la entrevista celebrada en septiembre de 2021, se refiere a sus jornadas: cada vez sus días laborales son más largos y las noches más cortas. Apenas puede tomar una siesta, porque siempre tiene que estar atento a la llamada del comando.
A Manuel, el Estado venezolano a través del Ministerio para la Salud y la Alcaldía de Caracas, le suministraban un centenar de trajes protectores al mes, además de los tapabocas. Explicó que el protocolo le indicaba que tenía que cambiar de traje y tapabocas cada tres traslados. Sin embargo, pasado el tiempo los insumos se redujeron a la mitad. Al principio les daban 120 trajes protectores, tapabocas y alcohol. A partir de junio de 2020, solo proporcionaban 60. Dice que para evitar contagios, lavaba la ambulancia cada dos viajes, en vez de tres, como indica el protocolo.
La terapia de la risa
“El hombre sufre tan terriblemente en el mundo, que se ha visto obligado a inventar la risa”, el autor de esta frase es el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, conocido por su postura existencialista. La cita podría explicar la actitud ante la vida descrita por Manuel durante la pandemia del COVID-19.
Para este paramédico la risa fue su terapia y la única forma de conectar con las personas que trasladaba a los hospitales. Enfatizó que un buen chiste no solo sacaba una sonrisa a los pacientes sospechosos de COVID-19, también los hacía olvidar, al menos por un instante, las malas noticias.
El desánimo
Manuel transita en una ciudad llena de peligros, no solo físicos como puede ser la delincuencia, sino también invisibles, impalpables para él.
Mientras realiza sus traslados a centros de atención hospitalaria tienen la mirada atenta en dos situaciones: su labor como bombero-paramédico y su propia vida.
A principios de octubre de 2020, Manuel fue diagnosticado con COVID-19.
El bombero considera que la terapia psicológica puede ser un escape y, tal vez, una solución a sus alteraciones en el estado de ánimo. Sin embargo, el poco tiempo que tiene en su trabajo, sumado a las necesidades económicas de su día a día, le dificulta tomar esa decisión.
Una terapia psicológica en Caracas puede llegar a costar entre 10 a 20 dólares la hora. El salario de Manuel es de apenas 15 dólares, que es el depósito que le hace el gobierno venezolano en su cuenta cada 15 días, sumado a una bolsa Clap, con productos alimenticios básicos.
Asegura que no tiene pensamientos completamente desesperanzadores, pero sí confiesa estar exhausto. “Son 483 días trabajando en esta guardia perpetua. He visto de todo, y lo que me falta…Viviré y ayudaré a todos con mi labor. Esa es mi meta”, dice, consciente de que la vocación de servicio es de por vida.
*Los nombres de los entrevistados fueron cambiados para resguardar su identidad.