El psicólogo infantil Leonardo Herrera explica qué es la ansiedad por compasión y cómo transcurre su vida durante la pandemia, en el sur de Venezuela.
“Trabajo mayormente con niños. Tengo 60 años y estoy inscrito en el programa de psicólogos voluntarios de la Federación de Psicólogos de Venezuela.
Vivo en Bolívar, Puerto Ordaz, y no es sencillo estar aquí. En realidad este es un estado hermoso, con mesetas que estaban antes de que al primer humano se le ocurriera poner un pie en el territorio. El ambiente es una mezcla de urbanidad y selva que al final del día resulta cautivador. Hay gente que viene, de lugares imposibles de marcar en el mapa, y luego quiere quedarse para siempre. Sin embargo, la crisis de los servicios públicos y el COVID-19 deshacen esa fantasía.
No suelo hacer planes a largo plazo; eso ya no funciona en este país donde los imprevistos están a la orden del día. Llevo 48 horas sin agua. Ayer se fue la luz desde las 7 p.m hasta las 11 p.m.. El Internet se cae todo el tiempo. Así que voy un día a la vez. A veces es un trabajo difícil, pero hay que centrarse en el presente.
Mis consultas son online, a pesar de la mala conexión. Antes de irse a Inglaterra, años atrás, uno de mis hijos me dijo que necesitaba aprender a dar terapia de forma remota y me enseñó a usar varias herramientas. Me aseguró que ese era el futuro. Cuando el covid llegó a Venezuela y se acabó la presencialidad, yo ya estaba preparado.
Bolívar está al sureste de Venezuela. Es la entidad más grande del país (26,49 % del territorio nacional) y abarca el macizo guayanés. Puerto Ordaz existe oficialmente como ciudad desde 1952. De ser un centro industrial pasó a convertirse en una urbe golpeada por la falta de agua, las fallas de luz y la escasez de gasolina. En abril, Bolívar cerró por unos meses, por orden gubernamental, debido a un amplio repunte de casos de coronavirus.
A pesar de que soy psicólogo infantil, también he trabajado con adultos. Hace poco me tocó atender a una señora cuya familia (y ella misma) se había contagiado de coronavirus. Ella estaba muy asustada y ansiosa luego de que superó la enfermedad. No fue extraño. Ha aumentado el trastorno de pánico, la depresión por duelo y la preocupación por el futuro. Atendí a gente realmente aterrorizada.
Eso llega a producir lo que se llama “ansiedad por compasión”, que es cuando escucho al otro, me compadezco y me siento como si yo tuviese el problema. Me ha ocurrido: hay días en los que siento angustia y taquicardia. Entonces tengo que preguntarme qué me está pasando. Para resolverlo aplico las herramientas que le doy a los pacientes.
En esos momentos el psicólogo debe preguntarse hasta dónde puede apoyar y cuánto del problema de la otra persona es un problema para él. Resulta que nosotros no podemos resolver situaciones, pero ayudamos a los demás a hacerlo.
Leonardo Herrera es especialmente sensible con los hijos de los migrantes venezolanos que han dejado el país en busca de otras oportunidades. Un aproximado de 5,7 millones de connacionales ha migrado a otros países, según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V).
Una de las afectaciones más graves que he visto durante las consultas a mis pacientes infantiles es el sentimiento de abandono por parte de aquellos que han sido dejados atrás por padres migrantes. En medio del virus, tenemos una generación de hijos que están creciendo sin sus padres”.