La doctora Aixa López habla de su experiencia como directora de la asociación “0 Suicidios en Venezuela” y de la importancia de tomarse un respiro.
“Intenté suicidarme un vez, en octubre de 2018, debido a un cuadro de depresión que me afectó profundamente. Después de eso, fue difícil explicar las razones por las que me detuve. El asunto me causó mucha curiosidad y empecé a investigarlo. Hoy en día, me dedico a ayudar a aquellos que tienen ideas de quitarse la vida, para que no lo lleven a cabo. Soy psicóloga e investigadora en la Universidad Arturo Michelena. Acabo de cumplir 25 años.
En la depresión el amor es diferente. El sueño es diferente. La comida es diferente. Y nosotros mismos somos diferentes. No hay dos personas que estén en este mar de manera igual.
Y siempre nadas. Nadas porque has aprendido que en verdad quieres hacerlo, a pesar de todo. A pesar del miedo. Pero lo cierto es que nunca sales del mar. Que no dejas de hundirte en el silencio. Que no dejas de ahogarte en el vacío.
En una semana, de 20 pacientes que veo, 3 o 4 manifiestan ideaciones suicidas. La depresión y la ansiedad son otras patologías que se repiten. Me he tenido que encontrar con muchas cosas tristes asociadas a la pandemia.
Aunque no existen cifras oficiales de la tasa de suicidios en Venezuela, las estimaciones del Observatorio Venezolano de Violencia arrojan que el aumento de muertes autoinfligidas fue de 135%, entre 2016 y 2018. Según el OVV, 1.150 venezolanos se quitaron la vida en 2020.
Actualmente me desempeño como la directora de “0 Suicidios”, un proyecto que viene de España y que se está gestando aquí en el país. Una de las metas a mediano plazo de la asociación es tener una línea de atención en crisis. En Venezuela es un tema un poco complejo. El Observatorio Venezolano de Violencia ha tomado la tarea de registrar lo mejor posible las estadisticas del suicidio. Pero ha sido complicado, porque esta organización no trabaja con las estadísticas oficiales de homicidios y suicidios en el país por la opacidad de la información. Además, por factores asociados al estigma, es difícil llevar una data al respecto.
Cuando llegó la pandemia al territorio, yo estaba trabajando y seguí haciéndolo sin parar. No me detuve.
Sin embargo, en diciembre de 2020 experimenté un agotamiento muy característico del síndrome del quemado o burnout. Ese es un estado de agotamiento físico y mental asociado al estrés laboral. Tuve que hacer una pausa para descansar. Creo que eso es fundamental: respirar por un momento y parar. Es nuestra responsabilidad ser lo más pacientes posibles, cuidarnos mucho y velar por nuestra salud mental.
Asisto a terapia regularmente. Aunque me dio coronavirus, y en ese entonces me fatigué tanto que no quería ver al psicólogo, lo retomé luego. Es necesario saber que puedes estar muy cansado, pero hay que ir a consulta por lo menos una vez al mes. La diferencia entre el antes y el después es enorme”.